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domingo, 1 de julio de 2012

La Sirena de Tamiahua, La Ninfa de la Huasteca

La Sirena de Tamiahua, La Ninfa de la Huasteca



Rancho Nuevo, era un pueblo que existió entre Tampache y la hacienda de San Sebastián, dentro del municipio de Tamiahua en el estado de Veracruz. En ese lugar vivían entre sus pobladores, una señora llamada Damacia González Corona, acompañada de su hermosa hija Irene, una joven hermosa de tez morena, ojos aceitunados y larga cabellera negra.
Después de la muerte de su esposo Abundio Saavedra Rosas, se quedan las pobres mujeres solas, y se dedicaron al servicio de la iglesia y de Dios, que iban hasta Tamiahua, Tampache, Temapache, Acala, Hormiguero, Tancochin, Cuesillos y Tierra Blanca,  rindiendo culto a todas las festividades y honrando a todos los santos. Hasta que un día jueves santo allá por los años de 1900 -1920, en plena semana santa, que eran días de vigilia o de guardar. Irene había ido a traer leña por el rumbo de paso de piedras, (leñar acto prohibido en estos días),  llega donde su madre y le dice: “ma, yo ando muy sucia y polvienta, que me dan ganas de echarme un baño”  su madre le contesto “no hija te condenarías, en estos días no debemos agarrar agua, mucho menos bañarnos”, pero Irene le contesto “hay ma dios me perdone pero yo aunque sea me voy a lavar la cara”.
Tomó un guacal con dos hojas de jaboncillo y se fue rumbo al pozo a lavarse la cara. De pronto su madre escucho unos gritos de angustia. Era Irene quien gritaba “ma, ma ayúdame, ma, ma ayúdame”   pero de pronto sus gritos se convirtieron en un triste cántico como de lamento. Allí junto al pozo se levanto una gigantesca ola y ella se empezó a convertir en otro ser. Su boca como de pez, sus ojos más grandes, su negra cabellera y su piel se tiño como de rojo, y lo más cruel sus piernas desaparecieron, formándose debajo de la cintura una cola de pez, babosa y con escamas.
 
La ola  arrastro su cuerpo por el río rumbo al mar, los lugareños la siguieron en pequeñas lanchas hasta la laguna, cuando estaban a punto de alcanzarla, se apareció un extraño barco de madera viejo, destrozado y feo. De pronto ella salto hacia él, con una sonrisa burlona y cantos macabros “peten ak, peten ak,” (giren, giren o circulen, en huasteco, hoy en día se dice petenera).
Estos cantos reunían en derredor de ella a toda la especie marina, desapareciendo a la vista de todos.
Desde aquel entonces su vieja y cansada madre cada jueves santo, va hasta la playa, con la ilusión de volver a ver a su hija Irene. Solo cuentan los pescadores que cuando oyen sus fúnebres cantos, se alejan del lugar porque aquel que la vea sufre desgracias. Ya que se convierte en una rubia y hermosa mujer de dulce vos y prominentes pechos.
Aunque algunos pescadores han muerto cuando la han visto, porque al acercarse miran un ser espectral y horroroso, dicen que les voltea las lanchas y embravece las olas hasta matarlos.
Versión popular
 “Cuextécatl Volvió a la Vida” - José Reyes Nolasco.

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sábado, 26 de noviembre de 2011

Leyenda de Tamiahua, Veracruz

Leyenda de Tamiahua, Veracruz


Cortesía José Reyes Nolasco
Existió un pintoresco pueblecito huasteco, llamado Rancho Nuevo (hoy es un rancho ganadero), entre Tampache y la hacienda de San Sebastián, dentro del municipio de Tamiahua en el estado de Veracruz. Allí vivían entre sus pobladores una señora llamada Demasía González Corona, acompañada de su hija Irene, una joven hermosa de tez morena, ojos aceitunados y larga cabellera negra. Ellas eran muy creyentes y devotas de la fe católica, que seguían al pie de la letra, así como de todos los usos y costumbres de la misma.
Como trágica experiencia tenían la muerte de Abundio Saavedra Rosas, esposo de Demasía, que en una ocasión allá por la fiesta de todos santos le dijo a su esposa que no hiciera ninguna ofrenda, mucho menos tlamales, ya que los muertos no tragaban porque ya se los había llevado la tiznada muerte, y que a sus padres les iba a prender una vela de chapopote por la espalda.
Al día siguiente, cuando salió rumbo a la milpa, tal fue su asombro que vio a una multitud de muertos vivientes, algunos gustosos saboreando ricas viandas que les dieron sus familiares como ofrenda, pero al pasar los últimos, vio una pareja retorciéndose como de dolor, que lanzaban grandes lamentos llevando una vela de chapopote prendida de bajo de la espalda. ¡Sí! No había ninguna duda: eran sus padres que lo miraban suplicantes y con reproche. Entonces Abundio corrió llorando de arrepentimiento, angustia y mucho miedo, llegó a su humilde jacal y ordenó a su esposa que buscara quien matara un marrano para hacer tamales. Mandó a comprar cirios de cera virgen, cohetes y también pidió que llamaran a su compadre Chucho González, el jaranero, y sus músicos, para que tocaran al día siguiente, junto a las tumbas de sus padres en el panteón de San Juan, por el rumbo de Toteco y Raya Obscura. Después de haber organizado todo le dijo a Demasía: “Vieja me siento muy cansado, tengo mucho sentimiento, me dan ganas de llorar, mejor voy a dormir un rato porque empiezo a ver oscuro, me está dando mucho sueño”. Y se durmió en un catre que estaba en el patio. Después de dos horas, cuando salió la primer pailada, Demasía le dijo a Irene: “Anda ve y despierta a tu padre para que cene; están ricos los chicharrones y los tamales”. Cuando Irene llegó donde estaba su padre empezó a gritar despavorida; su padre había muerto, su cuerpo rígido y sin vida, con el rostro lleno de terror y ojos exorbitantes, como si hubiese visto al mismo tlahuelilo (diablo).
Todo se llenó de tristeza y dolor en aquel pueblo, que vio por vez primera que una persona programara su propia muerte y su funeral.
Después de este acontecimiento, las pobres mujeres solas se dedicaron al servicio de la iglesia y de Dios; iban hasta Tamiahua, Tampache, Temapache, Acala, Hormiguero, Tancochin, Cuesillos y Tierra Blanca, rindiendo culto a todas las festividades y honrando a todos los santos.
Versión popular publicada en el libro “Cuextecatl volvió a la Vida, de José Reyes Nolasco

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