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viernes, 8 de noviembre de 2013

Naolinco, altar de tradiciones ancestrales llenas de vida

* El origen de estas celebraciones data de cuando Naolinco todavía era Tatimolo y el pueblo totonaco no había sido conquistado por los aztecas
Durante las primeras horas de este mes, cuando el aire se torna más frío, la atmósfera de Naolinco es invadida por el olor a cempasúchil y copal, a pan de muerto, tamales, frutas, dulces y entonces el recuerdo silencioso vuelve la mirada a quienes ya se han ido, recuerdo que hace más viva su presencia en este mundo.
En esta ciudad, la tradición del culto a los muertos, que se remonta a la época prehispánica, es una cuestión de vida. Todavía se honra y guarda reverencia a los difuntos con la creación de altares, la visita al cementerio y la tradicional Cantada, y hace unos 18 años se comenzaron a elaborar las primeras escenas con catrinas que visten de color las calles y plazas.
Si buscáramos el origen de estas fiestas, lo encontraríamos cuando Naolinco todavía era Tatimolo y el pueblo totonaco no había sido conquistado por los aztecas, explicó el estudioso de la historia de esta región, Martín Meza Ladrón de Guevara.
Originalmente, las festividades no eran sólo en los primeros días de noviembre, sino que empezaban el día 21 de septiembre cuando se abrían las puertas del Inframundo, que con el tiempo se convirtió en la festividad del santo patrono de la ciudad, san Mateo, a partir de ahí había otras celebraciones que fueron adoptadas por la Iglesia Católica.
Los días “fuertes” comenzaban el 27 de octubre, llamado el Día del Perrito porque, de acuerdo con la tradición prehispánica, el alma de este animal ayudaría a los humanos a cruzar los nueve inframundos.
El día 28, cuando se construye el altar, está dedicado a los que mueren ahogados o por un rayo. Mientras que el 29 es el llamado día de los matados. Al día siguiente, el 30 se recuerda a los niños del Limbo, es decir aquellos que no han visto la luz, y el 31, a los más pequeños.
La noche del 1 de noviembre es la más especial para los naolinqueños, porque es cuando se realiza la tradicional Cantada, que comienza a las ocho de la noche en el cementerio, donde los vecinos entonan los tradicionales Alabados y Alabanzas en honor a los difuntos. Está destinado a los muertos adultos, a quienes se celebra con sus comidas favoritas.
El 2 de noviembre se acude al cementerio y se pide por el alma solitaria que no tiene quien la recuerde, por la que se enciende una vela. Pero la celebración no termina ahí, durante todo noviembre los vecinos acuden al cementerio para rezar el Rosario por el alma de todos los difuntos.
Naolinco, altar de tradiciones ancestrales llenas de vida
Altares vivos destinados a los muertos
Otra de las tradiciones más llamativas es la construcción de los altares en honor a los difuntos, que han cambiado poco desde la época prehispánica.
Delante de estas ofrendas todavía se coloca un camino de pétalos amarillos para que las almas encuentren el camino a casa, y se conserva el arco de carrizo decorado con palma y flor de cempasúchil, del que se puede colgar pan de muertos o algunas frutas.
Las estructuras se construían con nueve escalones, que representaban los mundos del Mictlán. Hoy tienen diferentes alturas y hasta prescinden de los niveles, pero su propósito continúa siendo el mismo: recordar el paso de este mundo al otro.
En los altares naolinqueños siempre están presentes los cuatro elementos que conforman el mundo: el papel picado y el copal, que representan al viento; la comida favorita de los difuntos, la fruta y dulces, que evocan a la tierra; las velas y las flores de cempasúchil, que indican el culto al sol, y un vaso de agua, que hace presente al vital líquido.
Además, es típico dedicar en el nivel superior de este espacio a un ente divino, que con la cristianización pasó a ser representado por una cruz o una imagen de la Virgen del Carmen, san Mateo e inclusive el beato Ángel Darío Acosta, que despierta mucha devoción entre los habitantes de esta ciudad ubicada en la orilla de la Sierra de Chiconquiaco.
Con tres o nueve escalones, con muchos o pocos elementos y símbolos, las ofrendas a los muertos en Naolinco recuerdan la fugacidad de la vida humana y la permanencia del recuerdo de quienes dejaron su huella en el mundo, impronta indeleble en la memoria de los vivos.
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sábado, 5 de noviembre de 2011

El Cementerio 5 de Febrero, monumento nacional

El Cementerio 5 de Febrero, monumento nacional

* En su interior yacen los restos de gobernadores, mártires, educadores que fundaron la Escuela Normal Veracruzana, el Colegio Preparatorio, la Escuela Industrial para Señoritas
* También se encuentra la primera tumba de San Rafael Guízar
Veracruz es un pueblo de tradiciones arraigadas, de mucha cultura y de historia que se reconoce, incluso en sus panteones, como el Cementerio 5 de Febrero o Antiguo Panteón Xalapeño, un monumento nacional desde 1986 por decreto presidencial.
En este panteón que data de 1831 y que conserva elementos arquitectónicos del Porfiriato y la época revolucionaria, yacen los restos de gobernantes, clérigos, generales, artistas, educadores, entre otros grandes personajes que sirvieron a Veracruz, incluso aquí se encuentra la primera tumba de San Rafael Guízar y Valencia, aunque sus retos no se hallan ahí.
En cada una de las lápidas que distinguen a las tumbas y mausoleos se encuentran fragmentos de la historia de Xalapa, la capital del estado. En su interior fueron sepultados hombres que lucharon contra la invasión norteamericana y hasta mártires del 28 de agosto.
En 1892, según los registros, se inició la construcción de capillas para celebrar misas de cuerpo presente, pero ese mismo año falleció el ex gobernador Juan de la Luz Enríquez, por lo que la gran cúpula que se sostiene por 16 columnas se convirtió en su sepulcro.´
Aquí también se encuentran los restos del ex gobernador Sebastián Camacho, quien durante su gobierno construyó este cementerio que comparte con el general Juan Morales, un militar que la historia nacional ubica en la guerra contra Estados Unidos, cuando México perdió gran parte de su territorio original.
Una de los templos más reconocidos en Xalapa es la Iglesia de La Piedad que se construyó por voluntad de doña Luz Barrios Rodríguez hacia mediados del siglo XIX, sus restos se encuentran en el antiguo panteón, donde también yace el hombre que hizo posible la construcción de la llamada Prepa Juárez: don Antonio María de Rivera y Aguilar.
Ahí mismo se recuerda a uno de los fundadores de la Escuela Normal Veracruzana, los restos de Benigio Nogeira acompañan de cerca a doña Concepción Quiroz, fundadora de la Escuela Industrial para Señoritas. Entre las figuras más emblemáticas del panteón de 5 de  febrero, se encuentra Enrique C. Rébsamen, el gran fundador de la Escuela Normal Veracruzana.
Enrique César Velarde, el alcalde xalapeño que construyó tres de las cuatro virtudes que se encuentran en los bajos del Parque Juárez, ocupa una tumba desde 1946 en este panteón. Un naranjo y un cafeto, el origen de su fortuna según cuentan, acompañan el sepulcro del español Justo Fernández.
Apolinar Ramírez Muñoz, uno de los líderes de la Confederación de Trabajadores de Veracruz de la CTM, descansa entre las tumbas del antiguo cementerio, donde se encuentran sepultados trabajadores de la fábrica de hilados y tejidos de San Bruno con una lápida que los recuerda como los mártires del 28 de agosto.

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