* Engloban la riqueza de los acervos naturales, culturales e históricos de la Huasteca veracruzana y orgullo de quienes vivimos en Veracruz: Harry Grappa
* Se caracterizan por las danzas, los platillos típicos, los cantos y la unión de la comunidad por mantener y transmitir estas tradicionales fiestas
Las festividades del 1 y 2 de noviembre están arraigadas fuertemente en el pueblo mexicano, y en Veracruz se celebra una de las fiestas más esperadas y singulares de todo el país, pues incluye costumbres y cultos prehispánicos: las de Xantolo, en el norte del estado, designadas Patrimonio Cultural del Estado.
Estas fiestas engloban la riqueza de los acervos naturales, culturales e históricos de la Huasteca veracruzana y orgullo de quienes vivimos en Veracruz, aseguró el secretario de Turismo y Cultura, Harry Grappa Guzmán, durante la inauguración de las exposiciones del Festival de Xantolo en Tempoal.
Reconoció el trabajo del pueblo, que cada año renueva su fe y su vocación artística y cultural, a través de este festival, y precisó que esta celebración a los difuntos es un puntal de proyección turística regional, impulsando la mejora en la calidad de vida de la población, pues permite apuntalar el desarrollo sustentable, más inversiones, obras necesarias, mejores empleos e ingresos, expansión de comercio, capacitación y de servicios turísticos.
El funcionario estatal destacó la labor de los habitantes de la región que a pesar del paso del tiempo y de generaciones, siguen cultivando sus tradiciones, sus costumbres, su creencia, creatividad y conocimiento, para preservar su identidad social y el sentido de pertenencia, que hace a los pueblos libres, respetados y únicos.
Su nombre surge de la unión de los términos Xanto, referente a santo, y del náhuatlOlo, que significa abundancia, es decir, “abundancia de santos” o “todos santos”, y es una de las festividades que reflejan y conservan muchos elementos de las raíces indígenas del pueblo como de los aportados después de la evangelización.
Entre sus elementos representativos están los cohetes, cuyo fin es atraer a los espíritus buenos y alejar a los malos; además, la música no deja de estar presente en esta celebración ya que es una manera de honrar tanto a los difuntos como a los vivos e invitarlos a unirse en esa fiesta mística.
Una singular caracterización es la de los “chiquitos”, que se realiza el 31 de octubre y la llevan a cabo los niños, quienes bailan en comparsas y haciendo una representación piden a los vivos poder regresar el siguiente año.
La presencia de los huehues, como los viejos, se lleva a cabo el 1 y 2 de noviembre, donde hombres disfrazados con máscaras de madera artesanales representan la materialización de las almas de los muertos que escogerán en qué casa entrarán para tomar los alimentos de los altares. Más atrás viene la muerte siguiéndolos para llevarlos de regreso, es por eso que los vivos se tapan la cara para confundirla y no que reconozca quiénes son los vivos y quiénes los muertos.
Este ritual, acompañado de música y baile, recuerda que los muertos vienen en ese día para disfrutar y bailar, de esta manera Tempoal ríe, baila y llora con los muertos acompañando a las familias con comida y flores.
Las danzas, los platillos típicos, los cantos y la unión de la comunidad por mantener y transmitir estas fiestas es palpable en el aire durante los primeros días de noviembre.
Las mujeres hilan flores de cempasúchil y mano de león para colgarlas junto al papel picado; preparan la comida para servirla en ollitas de barro recién cocidas, cubren el techo con frutas tropicales y prenden velas y copal. Los difuntos deben encontrar el camino y para ello, se les guía desde el panteón hasta la casa de cada uno, con pétalos de flor de muerto.
Reciben primero a los pequeños, a los angelitos, y les dan sólo tamales de ajonjolí y dulces, mientras les cantan las mañanitas, y después llegan los mayores, a quienes les preparan zacahuil, chocolate con agua, sotol o pulque.
Durante la fiesta se baila la Danza de los coles o disfrazados, que ridiculiza a los amos y poderosos del lugar, encadenados por un diablo que los somete. Los danzantes cubren sus rostros con una máscara de trapo, para que la muerte no los reconozca.
El 30 de octubre se comienza el montaje de los altares para los niños. Por la mañana se corta el tepejilote para adornar el altar y el arco afuera de la casa, hecho de flores de cempasúchil. Se preparan tamales de puerco, gallina y pavo. Además, se pone pan, camote, y frutas. El hombre de la casa es el que coloca las tablas para colocar el altar.
El 31 de octubre se prepara el altar para los adultos. No se puede permitir que los niños estén frente al altar porque los pueden tentar los difuntos, como tampoco pueden regañarlos ese día.
El 1 de noviembre se montan ofrendas para los padrinos. Los niños llevan mole, tamales y frutas a casa de sus padrinos. La madrina le dice “que no lo hubiera traído” y el niño le responde, “mi madre se lo manda y por eso yo vengo”. Le dan café y pan al niño, vacían los trastes y le pueden dar algo de lo que ellos prepararon.
Estas celebraciones, junto con todos los festejos que se realizan a lo largo y ancho del estado, mantienen vivas las tradiciones en torno al misterio que rodea desde hace siglos a la muerte.
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