* Mitos, leyendas e historias son parte de nuestro pasado y forman la cultura de la entidad
Las calles y muros de cada región de la entidad guardan grandes historias que trascienden de generación en generación; historias, mitos y leyendas conforman nuestro pasado y la cultura de Veracruz; una de ellas es la leyenda de La mulata de Córdoba.
Hace muchos años, en la época de la Inquisición y el Santo Oficio, vivía en la ciudad de Córdoba una hermosa mujer mulata, huérfana, sola en el mundo, a la que llamaron Soledad.
En esos tiempos, la mezcla de razas era rechazada por la sociedad, por lo que fue blanco de ataques e injusticias; pero su belleza era envidiada por las mujeres y entre ellas rumoraban que practicaba la magia y la brujería. Aseguraban haber visto por las noches salir de las ventanas de la choza donde vivía una luz intensa y escuchar música extraña y misteriosa.
Las autoridades del Santo Oficio y sus propios vecinos empezaron a espiarla para comprobar sus nefastas relaciones con el Maligno, pero por el contrario, la veían ir a misa y esto acallaba los rumores y calmaba a las autoridades de la Inquisición.
El alcalde de Córdoba, don Martín de Ocaña, hombre entrado en años que ardía de pasión por Soledad, le confesó su amor y llegó a prometerle regalos y fortuna si cedía a entregarse a él, sin embargo, la Mulata no estuvo dispuesta ni siquiera a sonreírle, mucho menos a brindarle un gesto de esperanza.
El hombre desairado acusó a la Mulata de haberle dado un bebedizo para hacerle perder la razón y la denunció, con la esperanza de verla arder en una pira de leña verde.
Una noche, el alcalde, seguido por sus sirvientes, asistentes, policías e incluso amigos, rodeó la choza de Soledad y en nombre de la Santa Inquisición derribaron su puerta, pero ella, presa de miedo, no obedeció, ante el despliegue de las fuerzas que utilizaron para detenerla.
Al fin apresada fue llevada hasta las seguras mazmorras del castillo de San Juan de Ulúa, donde fue encerrada en espera de su castigo.
Lo cierto es que, después de su rápido juicio, la encontraron culpable de sostener pactos con el Maligno; la sentencia decía que Soledad, la Mulata de Córdoba, fuera quemada con leña verde, en presencia de los ciudadanos, para que tomaran claro ejemplo de lo que no se debía hacer y dar justo escarmiento, de los que, como ella, se apartaban de los caminos del bien.
Toda la noche, en lugar de rezar para mostrar su arrepentimiento, Soledad dibujó con un trozo de carbón un barco en la pared del calabozo, con tal maestría y primor que al día siguiente, el carcelero que fue a buscarla quedó pasmado ante tal obra de arte.
Tenía perfectamente delineados todos los aparejos de un bajel dispuesto para una gran travesía en alta mar. Ante la sorpresa del guardia, Soledad le preguntó con una amplia sonrisa. —¿Qué es lo que le falta a esta embarcación?, a lo que contestó presuroso el guardián. —Andar; —¡Pues mira como anda!, le respondió la Mulata, subiendo ágil por las escalerillas del barco.
Todavía se volvió para despedirse de sus captores con un suave gesto de la mano indicando su adiós, mientras el galeón desaparecía ante los desorbitados ojos del centinela.
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