* Revisan orígenes de las fiestas carnestolendas de El Coyolillo, Chicontepec y el puerto, en el marco del programa El carnaval también es cultura
Los carnavales de Veracruz reflejan la herencia cultural y la riqueza tradicional, legado de nuestros antepasados, cuya permanencia hasta nuestros días es resultado de la participación y compromiso de los distintos sectores sociales, como en los municipios de El Coyolillo y Chicontepec, al igual que en el puerto de Veracruz, destacó la secretaria de Turismo, Cultura y Cinematografía (Secturc), Leticia Perlasca Núñez.
En el marco del programa El carnaval también es cultura, que se realizó en coordinación con el Instituto Veracruzano de la Cultura (Ivec), participaron investigadores y cronistas de la entidad, quienes reflexionaron sobre las fiestas del carnaval de El Coyolillo, Chicontepec y el puerto de Veracruz.
El carnaval de El Coyolillo, de acuerdo con la investigadora del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, Sagrario Cruz Carretero, mantiene una gran similitud con otras festividades representadas en lo que se ha denominado como Caribe Afroandaluz, zona cultural que abarca el sur de España, particularmente la zona de Andalucía, Islas Canarias, el Caribe insular y continental, Centroamérica, el Golfo de México y la Costa Chica en el Pacífico mexicano, a donde los españoles llevaron una gran cantidad de esclavos africanos desde el siglo XV.
Reconocido como una herencia africana en la región, en el carnaval de El Coyolillo aparecen hombres disfrazados con máscaras de madera que representan personajes con cuernos: toros, venados y diablos, que usan gorros adornados con flores de papel y espejos en forma circular, traje de telas con colores y estampados muy vivos del que cuelgan ruidosos cencerros y cascabeles, portan una capa que ondea cuando corren asediando a la multitud.
Estos personajes con máscaras, interpretados por habitantes de El Coyolillo son llamados “negros” y aunque no mantiene relación con el color de piel de los que están bajo el disfraz, sí hace alusión al origen de esta tradición. Los “negros” mantienen el anonimato mientras dura el carnaval, intercambian zapatos, usan guantes, impostan la voz y se disfrazan en casas ajenas para no ser reconocidos. Incluso los participantes beben con la máscara puesta usando popotes (aspersores o pajillas) para ocultar su rostro. Algunos prometen participar en el carnaval durante siete años consecutivos como una manda, pues la sofocación y el calor del disfraz pueden resultar tormentosos, digno de un sacrificio ofrecido a Dios.
El carnaval de El Coyolillo simula, de acuerdo con la investigadora, una corrida de toros; toreros improvisados retan a los “negros” y corren el riesgo de ser embestidos. Las chicas les huyen, los niños les temen y los provocan. Una multitud decide subirse a los techos para no correr el riesgo de ser alcanzados por los “negros”.
En Chicontepec (cuya celebración carnestolenda fue revisada en el foro académico celebrado en el Ivec por el investigador Arturo Gómez) la fiesta es de origen nahua, incluye un ceremonial, danzas y ofrendas en honor de las divinidades autóctonas, especialmente Tlacatecolotl (Señor del bien y del mal), e inicia antes de la Cuaresma y termina el miércoles de ceniza, durando cuatro días o más dependiendo de la capacidad económica de los organizadores.
Previo al carnaval se llevan a cabo rituales de purificación, por ejemplo, los participantes ayunan, se abstienen sexualmente, van a sitios sagrados para orar y ofrecer comida y terminar con un gran banquete.
En cada comunidad o barrio se elige a un tlayecanketl u organizador del carnaval, quien con los demás se somete a un ritual en el que los videntes —los tlachixketl— ratifican su elección. El tlayecanketl convoca a músicos y danzantes para que integren la comparsa y prepararen la coreografía, su indumentaria, máscaras y demás objetos rituales. Acuden con anticipación a los cerros para orar, purificarse y pedirle a Tlacatecolotl poderes para curar.
El carnaval empieza con un ritual de rezos a Tlacatecolotl y otras divinidades. Sahúman con copal las máscaras y los ropajes de los danzantes. Recortan papel ceremonial con la imagen de la divinidad y la rocían con sangre de aves, ofrecen comida, música y danzas.
Todos los danzantes son varones, algunos vestidos de mujeres indígenas, otros de “ladinas” o de prostitutas. Hay disfraces de ancianos, “comanches” o guerreros, diablos, charros, locos, caciques y sacerdotes católicos a quienes ridiculizan imitando sus sermones.
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